Comentario
Desde el 22 de mayo del 337 en que murió Constantino, hasta septiembre del mismo año, se dio la curiosa situación de que los cuatro césares más Hanibaliano siguieron gobernando sus provincias y tomando disposiciones conjuntamente en nombre del desaparecido emperador, sin que ninguno de ellos procediese a proclamarse augusto. Esta situación era indicativa más de las tensiones latentes entre ellos que del buen entendimiento.
Constantino II residía en su capital de Tréveris, Constancio II en Antioquía, Dalmacio en Constantinopla y Hanibaliano en Cesarea de Capadocia. La sede de Constante no se conoce con exactitud, aunque se ha aventurado que podría ser Milán.
La lucha por el poder es un elemento presente en la historia de todas las épocas. Generalmente esta lucha implicaba la imposición de modelos políticos diferentes o simplemente fórmulas o disposiciones que los diversos contrincantes consideraban más útiles o eficaces para el gobierno del Imperio. El caso de Constancio II presenta unas características especiales. Su lucha era fratricida y los elementos personales parecen haber desempeñado un papel considerable. Amiano nos describe la personalidad de Constancio con tintes siniestros que la moderna psicología podría definir como enfermiza. Su temor a cualquier conspiración contra él le hizo desconfiar tanto de los césares inicialmente, como de los altos dignatarios cuando fue único emperador. Organizó una policía política de notarios y agentes cuyas tramas -a juzgar por los relatos de Amiano Marcelino- incluían todo el Imperio. El número de detenidos y asesinados fue muy elevado y, como sucede en tales casos, las acusaciones a menudo se apoyaban en calumnias. Algunos de estos agentes se hicieron tristemente famosos por el temor que inspiraban, tal es el caso, entre otros, del hispano Paulo Catena (Pablo Cadena), que en época de Juliano fue condenado a muerte por el tribunal de Calcedonia y quemado vivo.
La tensión estalló en Constantinopla en septiembre. La tradición y Juliano hacen responsable a Constancio II de la matanza que allí se produjo: fueron asesinados el cesar Dalmacio, Julio Constancio, hermanastro de Constantino y padre de Juliano, y todos los miembros de su familia, además de sus principales partidarios. Sólo Juliano y su hermanastro Galo, que entonces eran unos niños, se libraron de la matanza. El rey Hanibaliano fue asesinado poco después.
Eliminados todos estos contendientes, los tres hijos de Constantino se proclamaron augustos y procedieron a repartirse el Imperio: Constantino II se puso al frente del Imperio Occidental y Constancio II del Oriental. A Constante, el menor, le encomendaron el gobierno del Ilírico, pero bajo tutela del hermano mayor.
Los dos años siguientes se caracterizan por las luchas que los nuevos augustos llevaron a cabo: contra los germanos en Occidente y contra el Imperio de Sapor II en Oriente. Pero en el 339 Constante -que había salido tan desfavorecido del reparto- se rebeló contra su hermano Constantino II e invadió Italia. La guerra entre ambos tuvo como escenario Aquileya y Constantino II resultó muerto. En consecuencia, Constante se convirtió en augusto del Imperio Occidental.
Durante diez años Constancio II y Constante gobernaron sus respectivas partes del Imperio sin gran armonía, como demostró el hecho de que Atanasio de Alejandría, expulsado de su sede episcopal por los arrianos (entre los que se encontraba Constancio), decidiese refugiarse en Roma y las querellas suscitadas entre ambos emperadores por tal asunto amenazasen con romper las relaciones. Posteriormente, Constante logró que a Atanasio se le restituyera su sede a cambio de otras contrapartidas.
La situación en Oriente, con el eterno Sapor II al frente -luchó con los tres emperadores de la dinastía constantiniana-, requirió toda la energía de Constancio. Desde el 343 al 348 se libraron continuas campañas y, aunque Constancio logró mantener sus posiciones, sufrió una importante derrota en Singara.
Durante estos años se produjeron también grandes desórdenes en Africa donde los católicos, apoyados por Constante, llevaron a cabo una dura campaña contra los donatistas, una secta cristiana encabezada por Donato en la que a planteamientos religiosos divergentes de los católicos, se unirían componentes sociales y actitudes contrarias a la secularización de la Iglesia católica. En los enfrentamientos murió el propio Donato. La hostilidad hacia el donatismo (que incluía clausura de sus iglesias, detenciones, destierros...) tuvo como consecuencia que todos los elementos de oposición a los honestiores, al gobierno y a la iglesia católica (tan identificada con él) se aglutinaran en torno a la secta donatista. Entre ellos los circumcelliores (trabajadores temporales indígenas y poco romanizados) que sembraron el pánico en las aldeas. Poco a poco el donatismo fue adquiriendo un tinte separatista y antirromano, doblemente preocupante por la enorme implantación del cisma en las provincias africanas.
En enero del 350 tuvo lugar en Autun la proclamación como augusto del conde Magnencio. Era éste un oficial medio bárbaro que contaba con el respaldo del ejército acantonado en las Galias, del prefecto del pretorio local, un aristócrata local, y de Marcelino, conde de la administración privada del emperador. Parece ser que Magnencio era pagano, como se desprende de la ley que promulgó inmediatamente después de su proclamación, en virtud de la cual restablecía el derecho de los paganos a celebrar sacrificios. También eran paganos quienes lo apoyaron y los prefectos de Roma designados por él, lo que lleva a suponer que este golpe de Estado habría tenido un móvil religioso y habría sido alentado por la oligarquía romana, mayoritariamente pagana.
La prudencia de Constantino en los asuntos religiosos, había sido abandonada por sus hijos: Constante era un católico ferviente y Constancio un arriano muy implicado en cuestiones de religión. En estos años las tensiones religiosas en el Imperio eran muy fuertes, porque detrás de una u otra opciones de religión pública subyacía un complicado juego de intereses y privilegios.
El mismo año (350) Constante y su ejército fueron alcanzados por el ejército de Magnencio en las Galias y Constante cayó muerto.
Casi un año tardó Constancio en intervenir, puesto que se encontraba en plena campaña contra los persas. A fin de reconquistar el occidente del Imperio sin abandonar el flanco oriental, en el 351 nombró césar a su primo Galo, hermanastro de Juliano, y le encomendó el gobierno de Oriente.
El enfrentamiento entre Constancio y Magnencio tuvo lugar en Mursa. Pese a la victoria de Constancio, la batalla fue probablemente la más sangrienta de todo el siglo. Parece que de los 80.000 hombres de Constancio perecieron más de 30.000 y de los 36.000 de Magnencio, cerca de 24.000. Una pérdida que afectó a la capacidad militar del Imperio durante varios años. La segunda victoria de Constancio, al año siguiente, fue en Mons Seleuci, a resultas de la cual se suicidó Magnencio.
Los agentes de Constancio le informaron acerca de la mala gestión en Oriente del césar Galo y Constancio lo llamó a Milán, pero antes de llegar, fue detenido, juzgado y condenado a muerte en el año 354.
Ante la inestabilidad política del Imperio en estos años, los francos y alamanes decidieron penetrar en él, donde ganaron casi toda la margen izquierda del Rin. Mientras tanto, Sapor amenazaba con reemprender la guerra. Ante la imposibilidad de mantener los dos flancos del Imperio protegidos, se decidió a nombrar un nuevo césar. La elección era fácil: Juliano era el único superviviente varón de la familia constantiniana.